Primeras seis mañanas
Las
primeras fotos de este blog comenzaron a ser tomadas en enero de 2009 en los
caminos y montes cercanos a Hasenkamp, el querido pueblo entrerriano. En los pocos montes
que aún han logrado sobrevivir a la furia agropecuaria de la soja.
Los lugares, a los que pude ir y volver a lo largo de los años, están muy cerca del pueblo,
siguiendo los caminos polvorientos después de las últimas casas o por la ruta
asfaltada del acceso. Pidiendo permiso a la muy amable familia Mendoza en el
montecito junto a su vivienda y entrando furtivamente a los otros.
Algunas
fotos también son de los fondos de la casa de doña Plácida, mi madre.
En
total, en aquel 2009, fueron seis mañanas de un caluroso y seco verano entrerriano.
Seis primeras mañanas de un vertiginoso viaje a la infancia que se han ido repitiendo a lo largo de los años y en cada fugaz regreso.
Entonces
era a la siesta, con menos de diez años, cuando nos metíamos con los compañeros
del barrio, y las más de las veces solo, al monte, honda o gomera en mano, con
los bolsillos repletos de piedras en busca de cualquier cosa móvil que pudiera
estar al alcance de nuestra voraz sed de cazadores.
Fue
como ir por un dulce tobogán de tiempo, sentir el íntimo placer de salir temprano en
la mañana mientras el resto de la familia dormía despreocupada en su tiempo
vacacional y marchar rumbo al monte.
Poder
estar de nuevo andando el mismo sigilo, viviendo el eterno juego del cazador y
la presa, pero ya sin culpa, sino con la gozosa satisfacción de un trofeo
capturado en plenitud y retenido en ese movimiento.
Volver
a vivir y oler el monte, su latir estruendoso en un mediodía de verano, oír la
conversación del viento en el espinal o sentir el sinuoso frío de una yarará siempre
presentida.
Percibir,
con orgullo de cazador, que la mirada perisférica funcionaba como antes al
identificar una presencia en un aleteo particular, en un fugaz movimiento y
reconocer un silbo oído hace mucho tiempo.
También
fue un agradable golpe de humildad descubrir la gran variedad de pájaros que
nunca había visto, a pesar de preciarme secretamente de buen conocedor del
monte, y que la cámara, con su preciso y extenso ojo, me ha ido brindando.
Los faltantes
De la lista de aves capturadas en esas primeras fotos
faltaron dos importantes grupos: los acuáticos y los cazadores y carroñeros.
Aunque, lógicamente en el poco tiempo empleado sería imposible encontrar a toda
la enorme variedad de emplumados que andan por esas tierras entrerrianas, hubo
también una razón más interesante
En ese verano una terrible sequía azotaba gran parte
del país y los tajamares (pequeñas lagunas hechas mediante terraplenes para
juntar el agua de las lluvias) estaban, en su mayoría, totalmente secos. Sólo
hallé uno con apenas un círculo de agua cubierto de camalotes y unos patos
cutirí demasiado esquivos.
Por lo tanto no pude ver a la importante variedad de
habitantes de estas lagunas. Pero ya vendrán mejores lluvias.
De los carroñeros de la zona, el chimango y el
carancho son los más frecuentes. Pero extrañamente estaban desaparecidos y eso,
en un comienzo me tenía bastante desconcertado, pues siempre los veía en gran
cantidad junto a la ruta aprovechando los restos que dejaban los vehículos de
conductores amantes de velocidades sin cinturón.
Luego,
la Chachi, una vecina, me comentó que había visto montones de caranchos en un
tajamar casi seco comiendo los pescados que se quedaban sin agua. Sumado esto a
los animales muertos en los campos por la sequía, comprendí que el alimento
para estos carroñeros ahora estaba en otros lugares.
Otros viajes
Después
de ese verano regresé en el invierno siguiente y, aunque el viaje fue muy fugaz
y escasos los días sin lluvia, pude "cazar" varios ejemplares nuevos.
Descubrí la Reinamora que nunca
antes había visto y a un Juan Chiviro muy diferente al que yo había
aprendido a conocer en mi infancia.
Luego al año siguiente, un nuevo viaje en verano me mostró un monte muy diferente. La sequía
ya era un mal recuerdo y todo verdeaba de manera intensa. Pero las lluvias
benefactoras habían traído dos inconvenientes no menores para las caminatas en el
monte: los yuyos crecidos y las nubes de voraces mosquitos.
De todas maneras pude mejorar muchas de las fotos que
ya tenía y además encontrar otros nuevos que nunca había visto.
En la posterior vacaciones de julio, la estadía fue muy breve y el frío un serio impedimento, pero aún así aparecieron nuevos ejemplares. Aunque las fotos no fueron buenas, quedaba la
confirmación de su existencia y el propósito de buscarlos en el próxino viaje.
Así se han ido sucediendo los años, los viajes y la acumulación de especies que ya forman un verdadero registro de aves y pájaros de la zona. Y aún falta encontrar a unos cuantos y también poner nombre a otros de los que tengo fotos, pero aún no he logrado identificar. El estímulo es que en cada salida siempre aparece un nuevo individuo proponiendo el desafío de la cacería.
Los sitios de las fotos, y a los que regreso en cada viaje, son los siguientes:
1- Haedo 317 (lo de doña Plácida)
2- Cementerio
3- Campo de Carlos Rodríguez
4- Campo de Córdoba
5- Campo de Rodolfo Estebenet
6- Camino de los Troperos y Camino a la Colmena
7- Ruta al Empalme y Estancia Los Cerrillos
La cámara
Después de un largo, paciente y secreto ahorro,
esquivando alguna burla familiar cuando hablada de "algún día",
finalmente pude comprarme la cámara. La gran ayuda me la dio Rosario, una
alumna que viajó a Japón y me la trajo y pudo darle mejor calidad a mi escasa
economía docente.
Es
una cámara digital Canon Eos Kiss con una lente Sigma 70-300 DG Macro.